Viernes, Mayo 03, 2024
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El Imperialismo. Discurso de Lord Salisbury

«Podemos dividir las naciones del mundo, grosso modo, en vivas y moribundas. Por un lado, tenemos grandes países cuyo enorme poder aumenta de año en año, aumentando su riqueza, aumentando su poder, aumentando la perfección de su organización. Los ferrocarriles le han dado poder de concentrar en un solo punto la totalidad de la fuerza militar de su población y de reunir ejércitos de un tamño y poder nunca soñados por las generaciones que han existido. La ciencia ha colocado en manos de esos ejércitos armamentos que aumentan cada vez más su eficacia destructiva y que, por lo tanto, aumentan su poder, terrible poder, de aquellos que tienen la oportunidad de usarlos. Junto a estas espléndidas organizaciones, cuya fuerza nada parece capaz de disminuir y que sostienen ambiciones encontradas que únicamente el futuro podrá dirigir a travésde un arbitraje sangriento, junto a éstas, existen un número de comunidades que sólo puedo describir como moribundas… Son principalmente comunidades no cristianas, y en esos Estados, la desorganización y la decadencia avanzan casi con tanta rapidez como la concentración y aumento de opder en las naciones vivas que se encuentran junto a ellos…

Por una u otra razón, por necesidades políticas o bajo presiones filantrópicas, las naciones vivas se irán apropiando gradualmente de los territorios de las moribundas y surgirán rápidamente las semillas y las causas de conflicto entre las naciones civilizadas…naturalmente no debemos suponer que a una sóla de las naciones vivas se le permita tener el beneficioso monopolio de curar o desmenuzar a esos desafortunados pacientes.… estas cuestiones pueden ocasionar diferencias fatales entre las grandes naciones cuyos poderosos ejércitos se encuentran frente a frente amenazándose…indudablemente no vamos a permitir que Inglaterra quede en situación desventajosa en cualquier reajuste que pueda tener lugar (aplausos). Por otro lado, no sentiremos envidi si el engrandecimiento de un rival elimina la desolación y la estirilidad de regiones en las que nuestros brazos no puedan alargarse»

 

Discurso pronunciado el 4 de mayo de 1898 por Lord Salisbury en el Albert Hall.

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