El inicio de la Primera Guerra Mundial desde la vista de un niños

¡Cuán benigno fue el estallido repentino de la guerra anterior en comparación con el acercamiento lento y martirizador de la que se avecina! Aquel primero de agosto de 1914 acabábamos de decidir no tomarnos en serio todo aquello y quedarnos disfrutando del veraneo. Estábamos en una finca muy recóndita, situada en Pomerania Ulterior, entre bosques que yo, un pequeño escolar, conocía y amaba como ninguna otra cosa en el mundo. El regreso desde aquellos bosques a la ciudad, todos los años a mediados de agosto, era para mí el acontecimiento más triste e insoportable del año, sólo comparable al saqueo y la quema del árbol de Navidad tras la fiesta de Año Nuevo. El primero de agosto todavía faltaban dos semanas para la vuelta: toda una eternidad.

Claro que durante los días previos habían sucedido cosas inquietantes. El periódico traía algo inexistente hasta entonces: titulares. Mi padre lo leía durante más tiempo que de costumbre; al hacerlo, mostraba un semblante preocupado e insultaba a los austríacos cuando terminaba de leer. En una ocasión el titular decía: «¡Guerra!». Yo oía constantemente palabras nuevas cuyo significado desconocía y pedía que me explicaran con un montón de rodeos: «ultimátum», «movilización», «alianza», «entente». 

 

Sebastian Haffner, Historia de un alemán