Sábado, Diciembre 14, 2024
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Bernstein y revisionismo marxista

El viraje del siglo XIX se traduce también más profundamente en el ámbito ideológico por la crisis revisionista.

Con la muerte de Engels, en 1895, desaparece el hombre que goza en el movimiento socialista de una autoridad universal e indiscutible. Ahora bien, dicha desaparición acontece en el momento en que es más necesario desarrollar un vigoroso esfuerzo teórico: la antigua estrategia, fundada en la inminencia de una catástrofe en la que se derrumbaría el capitalismo, socavado por sus contradicciones internas, se revela inaplicable. Es entonces cuando E. Bernstein reflexiona sobre el marxismo, que él estima superado por la evolución de la sociedad moderna, y sugiere su sistemática puesta al día, en una obra publicada en 1899, Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia.

El revisionismo bernsteiniano se define negativamente por su renuncia a los principios filosóficos y a las consecuencias políticas del marxismo; positivamente, por el deseo de restablecer «la unidad de la teoría y la unidad entre teoría y práctica». En el terreno filosófico, Bernstein se alinea a la corriente neokantiana: para él, la filosofía no es un sistema de conceptos, sino una ciencia cuyo producto no puede ser la política. Al atacar el materialismo histórico cree poder constatar que en los países evolucionados la lucha de clases es un fenómeno en vías de desaparición o, al menos, de atenuarse: las nuevas condiciones de la vida política, económica y social, debidas en parte a las propias conquistas del movimiento obrero, y los modernos medios de presión permiten encarar una humanización de las relaciones sociales. Al poner en tela de juicio los mecanismos de la sociedad capitalista, propone revisar las teorías marxistas de la plusvalía, de la concentración capitalista y de la ley de la acumulación que implica la polarización de la riqueza. Insiste en la capacidad de adaptación, en la flexibilidad y la maleabilidad sorprendentes de la sociedad capitalista. Las crisis, en particular, no son ineluctables, lo que implica rechazar la teoría del derrumbamiento automático. En consecuencia, Bernstein preconiza un socialismo de nuevo cuño cuya dovela es el establecimiento de relaciones pacíficas entre las naciones y las clases, un socialismo fundado en la convicción de que el capitalismo debe evolucionar progresiva y pacíficamente hacia el socialismo. Concluye, en definitiva, que es menester tener «el coraje de emanciparse de una fraseología superada por los hechos y aceptar ser un partido de reformas socialistas y democráticas». Es esto lo que le conduce a rehusar que el proletariado reivindique la exclusividad del poder:

Pretender que la transformación socialista de la sociedad sólo puede ser obra de la clase obrera, es tener un total desconocimiento de los hechos. Tanto más cuanto aún no está lo bastante desarrollada como para asumir el poder político.

La socialdemocracia debe, pues, salir de su aislamiento, buscar la alianza con la izquierda, que, sin desconocer la lucha social, rehúsa la dictadura del proletariado. En resumen, el socialismo pasa a ser un objetivo que se alcanzará no por la vía de una revolución sangrienta, sino por un proceso de reformas: un cotidiano y paciente trabajo desde el interior debe transformar la sociedad capitalista.

Desde la publicación de la obra de Bernstein, los contemporáneos comprenden que no se trata de una mera herejía ni de un ejercicio especulativo. Los debates no tardan en desbordar el ámbito alemán. La discusión sólo se desarrolla, empero, en el terreno doctrinario y abstracto: hace caso omiso de los cambios objetivos operados en la sociedad contemporánea y de las consecuencias tácticas que dichos cambios implican para la definición de la política socialdemócrata.

En defensa del marxismo y contra Bernstein tomaron posición las grandes personalidades de la socialdemocracia, y en primer lugar Kautsky, quien sostuvo que los cambios mencionados —cuya existencia no niega— no son más que fenómenos de coyuntura: la calma es provisional y la aparición del imperialismo conducirá a la larga a una agravación del antagonismo entre las clases:

El capital ha salido fortalecido del campo de batalla y ha encontrado un nuevo período de prosperidad, pero en su pecho el ideal de la libre concurrencia ha cedido el lugar al del monopolio que conduce al ideal del pirata.

Kautsky y los teóricos del «centro» ortodoxo critican a Bernstein en nombre de la salvaguardia del marxismo: estiman por otra parte la tentativa bernsteiniana como el reflejo de la crisis de crecimiento por la que atraviesa entonces el socialismo. En cambio, el ala izquierda alemana (en la que se distingue una joven militante, de origen polaco, Rosa Luxemburg) se muestra deseosa de renovación, pero en el marco del marxismo y para eliminar toda tentación reformista.

Estas tres posiciones se resumen admirablemente en estos tres aforismos:

—De Bernstein: «Todo reside en el movimiento, nada en el objetivo final»;

—De Rosa Luxemburg: «Todo reside en el objetivo final, nada en el movimiento»;

—De W. Liebknecht: «Lo esencial es el objetivo final, pero es necesario el movimiento para aproximarse al objetivo».

 

Fragmento extraído del libro de Annie Kriegel , Las Internacionales Obreras (1864 -1943)

 

Para más información podéis consultar este enlace: Berstein y el revisionismo

 

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